Ocaña: La efímera capital donde la historia tejió el mapa de la libertad
Un día en 1828, el corazón de Colombia latió entre las paredes del Templo de San Francisco.
En el crisol de la historia colombiana, hubo un instante fugaz pero luminoso en el que Ocaña, la ciudad señorial de las montañas nortesantandereanas, se convirtió en el epicentro político de una nación en ciernes. Fue durante la Gran Convención de 1828, cuando líderes de la República de Colombia (entonces conformada por Venezuela, Ecuador y la Nueva Granada) se reunieron en el emblemático Templo de San Francisco para debatir el futuro de la patria.
Según registros de la Academia de Historia de Ocaña, aunque técnicamente la capital seguía siendo Bogotá, la ciudad se transformó en un símbolo de poder intelectual y constitucional. El historiador Eduardo Durán Gómez, miembro de la Academia Colombiana de Historia, afirma: “En esos 32 días de debates, Ocaña fue el cerebro de la nación. Aquí se discutió la esencia de nuestra libertad, aunque la Convención no lograra su cometido final”.

¿Por qué “capital por un día”?
El 23 de abril de 1828, día de la instalación oficial de la Convención, Ocaña albergó a figuras como Francisco de Paula Santander y delegados de toda la Gran Colombia. Aunque el evento se extendió por semanas, aquel día inaugural quedó grabado como un amanecer simbólico: las calles empedradas se llenaron de discursos, las tertulias en las casas coloniales resonaron con ideas federalistas y centralistas, y el Templo de San Francisco se erigió como un altar cívico.
La voz de los historiadores ocañeros:
El académico Luis Eduardo Páez García, cronista de la ciudad, destaca en su libro “Ocaña: Memoria Viva de la Convención”: “Fue un momento en que nuestra modestia geográfica se eclipsó ante la grandeza histórica. Por unas semanas, Ocaña fue el ombligo de un continente que buscaba su rumbo.”
Legado que perdura:
Hoy, el Museo de la Gran Convención, ubicado en el mismo templo, guarda manuscritos, banderas y mobiliario de la época. Cada piedra del centro histórico parece susurrar: “Aquí se forjó un capítulo de la democracia”.

¡Ocañeros! Su ciudad no solo es cuna de poetas y balcones floridos. Fue, aunque breve, el escenario donde la patria adolescente intentó coser su identidad. Un orgullo que no cabe en un día, sino que se extiende en el tiempo como testimonio de valentía y pensamiento. ¡Que vibren sus calles con el eco de aquel abril glorioso!
“Ocaña no fue capital de un territorio, sino de un ideal: el sueño de una América unida y libre”.
— Fragmento de las actas de la Academia de Historia